“Sindicalistas vencidos”
- Simon Telechea
- hace 3 días
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Los sindicatos en Argentina, históricamente un pilar de la defensa de los derechos laborales y una fuerza política de peso, atraviesan un momento de tensión y desafío. En un contexto de creciente precarización laboral, informalidad que supera el 42% y políticas de ajuste impulsadas por el gobierno de Javier Milei, las centrales sindicales como la Confederación General del Trabajo (CGT) y la Central de Trabajadores de la Argentina (CTA) enfrentan un dilema crucial: endurecer la confrontación o mantener canales de diálogo con un Ejecutivo que promueve una agenda desreguladora.
Sin embargo, más allá de esta coyuntura, emerge una necesidad estructural: el recambio generacional y la renovación de estrategias para recuperar la representatividad y la confianza de los trabajadores.
Una tradición poderosa, pero desgastada
Argentina cuenta con una de las tasas de sindicalización más altas de América Latina, con cerca del 40% de los trabajadores formales afiliados y más de 3.000 sindicatos que representan a unos 3 millones de personas. Desde la década de 1940, bajo el impulso del peronismo, los sindicatos se consolidaron como actores clave, no solo en la negociación colectiva, sino también en la gestión de obras sociales y como interlocutores privilegiados con el Estado. Líderes como Hugo Moyano, Armando Cavalieri o Gerardo Martínez han dominado la escena gremial durante décadas, sobreviviendo a dictaduras, crisis económicas y gobiernos de distinto signo político.
Sin embargo, este poder acumulado también ha generado críticas. La perpetuación de dirigencias longevas, en algunos casos vinculadas a denuncias de corrupción o prácticas burocráticas, ha alejado a las nuevas generaciones de trabajadores. La falta de renovación en las cúpulas sindicales contrasta con un mercado laboral en transformación, donde el empleo informal, el trabajo en plataformas digitales y el teletrabajo desafían los modelos tradicionales de organización gremial. Como señala el sociólogo Nicolás Damin, “los sindicatos argentinos son efectivos para sus afiliados, pero su estructura jerárquica y su resistencia al cambio limitan su capacidad de representar a los sectores más precarizados”.
El impacto de la coyuntura actual
Desde la asunción de Javier Milei en diciembre de 2023, los sindicatos han enfrentado un escenario adverso. Las políticas de ajuste fiscal, la desregulación laboral y la pérdida de miles de empleos formales en menos de un año han puesto en jaque su capacidad de respuesta. La CGT, bajo la conducción de Héctor Daer, ha convocado tres huelgas generales en este período, pero los resultados han sido limitados frente a un gobierno que mantiene una postura inflexible. La CTA, liderada por Hugo Yasky, ha acompañado estas movilizaciones, pero ambas centrales se debaten entre la confrontación abierta y la búsqueda de un diálogo que preserve su influencia.
La alta informalidad, que afecta a casi la mitad de los trabajadores argentinos, agrava esta situación. Los sindicatos, diseñados para representar a asalariados formales, luchan por incorporar a los trabajadores de la economía popular, los monotributistas y los empleados de plataformas como Rappi o PedidosYa. Iniciativas como las de la Unión de Trabajadores de la Economía Popular (UTEP) o los intentos de algunos gremios por encuadrar a estos sectores son incipientes, pero aún insuficientes.
La necesidad de un recambio
El debate sobre el recambio generacional no es nuevo, pero se ha intensificado en los últimos años. La emergencia de nuevos activismos, a menudo impulsados por jóvenes sin experiencia gremial previa, ha revitalizado algunos sectores, como los trabajadores del transporte subterráneo o los docentes. Estos movimientos, menos atados a las estructuras burocráticas, han logrado éxitos resonantes, pero chocan con la resistencia de las cúpulas tradicionales, que ven en ellos una amenaza a su poder.
La renovación no solo implica caras nuevas, sino también un cambio de enfoque. Los sindicatos necesitan adaptarse a las demandas de un mundo laboral marcado por la digitalización y la fragmentación. Esto incluye fortalecer la presencia en los lugares de trabajo, incorporar a los trabajadores no tradicionales y promover una agenda que combine la defensa de los derechos laborales con cuestiones como la igualdad de género, la sostenibilidad y la lucha contra la violencia laboral. La experiencia de la CTA, que ha mostrado mayor apertura a estas temáticas, podría ser un punto de partida.
Además, la transparencia y la democracia interna son esenciales para recuperar la confianza. Casos como el de Juan José Zanola, exdirigente bancario acusado de delitos graves, o las denuncias contra históricos líderes por enriquecimiento ilícito, han dañado la imagen del sindicalismo. Un recambio que priorice la participación de las bases y combata la burocratización podría revertir esta percepción.
El sindicalismo argentino enfrenta una encrucijada: renovarse o arriesgarse a perder relevancia. La fortaleza de su tradición, su capacidad de negociación y su rol en la protección de los trabajadores son activos valiosos, pero insuficientes sin una adaptación al nuevo contexto. El recambio generacional, acompañado de una mayor inclusión y modernización, no es solo una necesidad, sino una oportunidad para que los sindicatos recuperen su protagonismo como herramientas de justicia social.
En un país donde la desigualdad y la precariedad siguen creciendo, los sindicatos tienen la responsabilidad de liderar la resistencia y proponer un modelo laboral más equitativo. La pregunta no es si el recambio es posible, sino si las dirigencias actuales están dispuestas a ceder el paso a una nueva generación que, con ideas frescas y compromiso, pueda escribir el próximo capítulo de la lucha obrera en Argentina.
Por Simón Telechea.
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